Conocerse a veces significa tener que reunirse

Entre versos y estrofas, y a modo de bitácora de travesía, es que Daniela Catrileo nos entrega en El territorio del viaje (2021. Edicola Ediciones) su experiencia como mujer mapuche nacida en la diáspora de una comunidad indígena que ha sido expropiada de su hogar. 

La plaquette contiene una primera parte de mera poesía enunciativa que nos adentra a lo que fue al retorno realizado por la autora para conocer sus orígenes ancestrales del pueblo al que pertenece su familia; aprende sus costumbres, conoce el interior del conflicto araucano y se integra a este dolor colectivo, profundo e inefable que sufren los peñi y las lamngen de un pueblo desterrado. 

Los poemas están cargados de una necesidad de respuestas, se siente en cada palabra la confusión hacia un concepto de hogar que nunca se ha tenido; se nota la decisión de una hablante dispuesta a vivir una realidad desoladora entre violencia, represión, precariedad y contaminación, y no ha de ser si no escalofriante la historia de los pequeños que se crían en un ambiente de resiliencia y lucha para no perder lo que queda de esta identidad de memorias borradas y personas desaparecidas.

“(…) la semilla a veces se pierde cuando se siembra” (p.16) es parte de esos pequeños versos que simbolizan a estas generaciones de hermanas y hermanos mapuches en diáspora, aquella descendencia de los expropiados de la mapu que han nacido bajo una cultura impuesta en los sectores más pobres de las grandes ciudades como Santiago, albergados en una única esperanza de retornar como esta joven escritora al espacio que les fue arrebatado. 

La segunda parte del libro nos recibe con párrafos de reflexiones más extensas en torno al viaje y la exposición del fin de la estadía de la hablante en el sur. Ella llega con un saco de papas al hombro, con el corazoncito apretado al igual que el lector cuando dilucida la aflicción que viven las personas que se encuentran en la Araucanía, y se va con la sensación de ser parte de la herida. Es cierto, debe volver y se infiere que a la periferia santiaguina, esa que le negó su lengua materna, pero que de alguna forma la encaminó a las letras, sin embargo, el petricor de la lluvia y los extenuados rostros de quienes la recibieron con hierbas, cantos y resistencias quedarán plasmados en sus tejidos. Esta vez no se abandona nada, se conserva hasta el más impotente momento y se entiende íntimamente el panorama. 

Daniela Catrileo afirma que la creación artística es un modo de expresión colectiva y de libre estructura; ella deconstruye el lenguaje poético de una manera tan innovadora y sublime que es personalmente un agobiante deleite ver cómo manifiesta una condición tan luctuosa de una forma tan exquisita y original. Lo ha mostrado en otros textos, este no es solo su camino, es de cada mapuche que vive en el sufrimiento constante ocasionado por la agresividad de los mismos chilenos que han invadido históricamente sus tierras. 

Por último, leer a Catrileo es expandir la visión de la cultura nacional a un plano que ha estado silenciado y oculto durante mucho tiempo; sin ir más lejos en el colegio no suelen enseñarnos la historia real de este pueblo pese a su influencia en lo que consideramos la idiosincrasia chilena, como si fuera irrelevante nuestra ignorancia y desconsideración con una situación que afecta a los mapuches desde hace muchos años. Es, en otras palabras, descampar de la pantalla de inocencia que nos inculcan para ver este manifiesto a hacernos cargo como sociedad sobre la responsabilidad emocional, económica y política que tenemos acerca las consecuencias que las comunidades indígenas sufren hoy en día.