En 2013 salió a la luz pública el asesinato de un recién nacido en la localidad rural de Colliguay, Valparaíso. Aquel espantoso crimen había sido planeado por Ramón Castillo Gaete, más conocido como Antares de la Luz, líder de la denominada “secta de Colliguay”. Antares de la Luz aseguraba a sus fieles que él era el Dios
encarnado en la tierra y que el niño que venía en camino (su propio hijo), era el Anticristo, el “adefesio” que debía exterminar.
La comunidad sobre un territorio de oro, los caminos del cuarzo mezclados con sangre y vómitos de ayahuasca, con la verborrea profética devastando atisbos de humanidad y las estrellas seguían cayendo a la tierra. Decían que había un dragón negro que se formaba con las llamas del fuego, y entre los pliegues de la hoguera se veía Jesús, un ser humano de cuarenta y ocho horas de vida. Fue engendrado en el cuerpo de Natalia, entre estados de delirio, golpizas y violaciones, aspirando la apertura de una percepción conjunta.
Existen unos pequeños insectos llamados Efímeras, que viven veinticuatro horas y vienen de la familia de los Caballitos del Diablo. Jesús vivió dos vidas efímeras y su pequeño cuerpo de un poco más de tres kilos fue quemado en la tierra para salvar a los humanos. Su padre -Antares de la Luz- decidió que Jesús era lucifer, un demonio, un adefesio; así es que lo amordazó, lo amarró y lo asesinó arrojándolo al fuego.
“Todas las estrellas están muertas” busca reflexionar en torno a la figura del hombre, el padre y la incesante búsqueda de Dios representada en cuerpos masculinos; la mujer, en esta exploración histórica de arquetipos, refiere a la consecuencia de esta visión misógina. La costilla. La que pudre. La que traiciona.
El autor se sumerge en una investigación sobre la historia de Antares de la Luz, utilizando su figura y sus escritos. A partir de este material, desarrolla un ejercicio agudo en el que se genera un correlato que conforma una ficción poética, donde se hace innegable la necesidad de volver a la primera página. Estas correlaciones reflexivas, topan diversos vértices de lo humano y un sistema histórico de creencias que podrían ser (o no) basadas en alucinaciones que se vuelven dogmas o en realidades que parecen no serlo. De esta forma, se da cabida a una aproximación visual sobre la generación de un mito.
La obra propone una doble lectura respecto a la observación de sí misma. La fotografía vuelve a su origen de documento, se estira y se tuerce en su infinita dinámica representativa. El autor se pone a disposición de la poesía de un psicópata, un hombre que utilizó la doblegación de la voluntad humana para ejercer poder y niveles de violencia desbordados. En este caso el juicio humano se vuelve inexorable, sin embargo, tomar distancia sobre la moral e iniciar una búsqueda de representación visual, se vuelve en este caso la virtud sobre la descontextualización y la capacidad de observar. La impronta se evidencia y los límites se vuelven líquidos.
Todos vivimos en un nivel de realidad diferente -me decían-. ¿Dios es un padre? Y si es un padre, ¿es hombre? Y si es hombre, ¿es un demonio? Y si es un demonio, ¿ya ardió en la hoguera?
El cumplimiento de enunciados dogmáticos, los castigos de una violencia sostenida a pesar del flujo temporal, la expiación de las culpas representada en el cuerpo de un recién nacido.
¿Dios escucha a sus hijos? ¿Dios castiga a sus hijos?
Todas las estrellas están muertas
$15.000
Autor: Claudio Albarrán Briso
Editorial: Autoedición
5 disponibles
Descripción
En 2013 salió a la luz pública el asesinato de un recién nacido en la localidad rural de Colliguay, Valparaíso. Aquel espantoso crimen había sido planeado por Ramón Castillo Gaete, más conocido como Antares de la Luz, líder de la denominada “secta de Colliguay”. Antares de la Luz aseguraba a sus fieles que él era el Dios
encarnado en la tierra y que el niño que venía en camino (su propio hijo), era el Anticristo, el “adefesio” que debía exterminar.
La comunidad sobre un territorio de oro, los caminos del cuarzo mezclados con sangre y vómitos de ayahuasca, con la verborrea profética devastando atisbos de humanidad y las estrellas seguían cayendo a la tierra. Decían que había un dragón negro que se formaba con las llamas del fuego, y entre los pliegues de la hoguera se veía Jesús, un ser humano de cuarenta y ocho horas de vida. Fue engendrado en el cuerpo de Natalia, entre estados de delirio, golpizas y violaciones, aspirando la apertura de una percepción conjunta.
Existen unos pequeños insectos llamados Efímeras, que viven veinticuatro horas y vienen de la familia de los Caballitos del Diablo. Jesús vivió dos vidas efímeras y su pequeño cuerpo de un poco más de tres kilos fue quemado en la tierra para salvar a los humanos. Su padre -Antares de la Luz- decidió que Jesús era lucifer, un demonio, un adefesio; así es que lo amordazó, lo amarró y lo asesinó arrojándolo al fuego.
“Todas las estrellas están muertas” busca reflexionar en torno a la figura del hombre, el padre y la incesante búsqueda de Dios representada en cuerpos masculinos; la mujer, en esta exploración histórica de arquetipos, refiere a la consecuencia de esta visión misógina. La costilla. La que pudre. La que traiciona.
El autor se sumerge en una investigación sobre la historia de Antares de la Luz, utilizando su figura y sus escritos. A partir de este material, desarrolla un ejercicio agudo en el que se genera un correlato que conforma una ficción poética, donde se hace innegable la necesidad de volver a la primera página. Estas correlaciones reflexivas, topan diversos vértices de lo humano y un sistema histórico de creencias que podrían ser (o no) basadas en alucinaciones que se vuelven dogmas o en realidades que parecen no serlo. De esta forma, se da cabida a una aproximación visual sobre la generación de un mito.
La obra propone una doble lectura respecto a la observación de sí misma. La fotografía vuelve a su origen de documento, se estira y se tuerce en su infinita dinámica representativa. El autor se pone a disposición de la poesía de un psicópata, un hombre que utilizó la doblegación de la voluntad humana para ejercer poder y niveles de violencia desbordados. En este caso el juicio humano se vuelve inexorable, sin embargo, tomar distancia sobre la moral e iniciar una búsqueda de representación visual, se vuelve en este caso la virtud sobre la descontextualización y la capacidad de observar. La impronta se evidencia y los límites se vuelven líquidos.
Todos vivimos en un nivel de realidad diferente -me decían-. ¿Dios es un padre? Y si es un padre, ¿es hombre? Y si es hombre, ¿es un demonio? Y si es un demonio, ¿ya ardió en la hoguera?
El cumplimiento de enunciados dogmáticos, los castigos de una violencia sostenida a pesar del flujo temporal, la expiación de las culpas representada en el cuerpo de un recién nacido.
¿Dios escucha a sus hijos? ¿Dios castiga a sus hijos?
Dios está muerto en Jesús.
– Carolina Candia Antich