15 alarmas para despertar a las 8:00 AM.
Me sorprendí tristemente cuando leí ese método en alguien que no era yo. Comprendo la urgencia de abrir los ojos y atender a las responsabilidades, pero con ello tengo luego que inclinar mi cabeza y aceptar esas marcas (cada vez más visibles) que deja en mi cuerpo tan mala práctica. En realidad, soy una mujer de muchas malas prácticas. Las repaso en mis pensamientos, las tacho, las destaco, las elimino y almaceno nuevamente en mi acervo de estrategias para existir.
Leerlo de ella desprende sin duda un dejo de angustia. Una ansiedad que palpo y comprendo muy bien, porque convivo con la desdichada. Es un flujo eléctrico que me recorre a lo largo del día, a lo largo de muchos días. (No tan) Pequeños temblores, pequeños dolores, pequeños sermones que golpean y penetran los poros al punto de ser ya una parte constitutiva.
Definitivamente, no debe realizarlo. Ni siquiera con la mitad de alarmas (mi pésimo método, pero bastante más común de lo que querríamos reconocer). Explicaré el por qué, aun cuando pueda parecer obvio:
1.
No es sorpresa el no percibir esta alarma. Se suele apagar casi de inmediato, o no se escucha hasta que atraviesa la frente y se incrusta en el sueño, rompiendo vulgarmente algo que pudo haber sido esplendoroso. Es decir que, si cumple su función, lo hace de mala forma.
2.
Si se tiene suerte, se reconstruye lo mejor del escenario cuyo soporte es la almohada. Reconstrucción que no perdura, ya que el molesto sonido viene a recordar que existe una realidad trágica e ineludible.
3.
Con pesar se es arrancado de la placidez de la inconsciencia. Existen las manos, el frío y una cortina de lo que parecen ser kilos de lana cruda en los ojos. Es hora de abrazar la almohada, y comenzar a contar.
4.
Por supuesto, se han apagado cada una de las alarmas anteriores sin posibilidad alguna de un viaje astral, por lo que cuerpo y mente ya están conectados. Se suspira ante la posibilidad de seguir entre las sábanas por un periodo finito… con resignación.
5.
Se abren los ojos y se comprueba la cantidad de luz. Por un momento sobreviene una cierta autocompasión, especialmente en invierno. Es hora de sacrificarse y encender alguna fuente de calor que haya a disposición (cuando no se tiene, todo el proceso de levantarse se sufre con más intensidad).
6.
El tiempo es inexorable. Esto ya se viene pensando con las alarmas anteriores, pero ahora adquiere el peso de una ley fundamental. Distintos procesos suceden en la mente, sobre todo referidos al debate entre levantarse o buscar alguna excusa que pueda salvar tan incipiente mañana.
7.
El cuerpo, aún enlazado a la comodidad que brinda una cama, ya acepta a plenitud la escisión. Ante el augurio de un buen día, incluso puede surgir un poco de motivación que contagie al sujeto, y lo haga esbozar un buen pensamiento.
8.
Finalmente. Pies en el suelo, brazos a los costados. El cuerpo se desprende y retoma su autonomía, aunque en la mayoría de los casos con torpeza y aturdimiento. Se insiste en la idea de la buena fortuna y la posibilidad de enfrentar el día con holgura, o al menos las primeras horas.
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Como puede verse, esta materialización de la ansiedad predispone a un despertar más agotador, deviniendo en una potencial irritabilidad, o en un aburrimiento que la profesora cuya desafortunada clase de las 08:00 tendrá que sobrellevar. O, simplemente, en una falta de sueño que hará desaparecer al estudiante de la clase. Una desaparición física, de la presencia -que es lo que realmente existe y cuenta-, mas no virtual. Las pantallas (DES)protegen.
En cuanto a mí, no tengo otra opción. Me resulta un placer tan genuino el estar en la cama, y me duermo con tanto gozo (en la mayoría de los casos), que una alarma no es suficiente. Ni dos, ni tres. A veces bastan cinco. En promedio son siete, y ocho si tengo mucho trabajo. Soy un cuerpo que se resigna lentamente, volviendo capa tras capa y abriendo el pensamiento antes que los ojos, por lo que preparo el terreno en un bucle que pareciera ser interminable, pero que en realidad no es así, sino que es un fruto de mi bendecida capacidad de exagerar.
Retomando, es por todo lo anterior que no concibo la idea de que algún ser humano se someta a la horrible rutina de despertar con quince alarmas. Menos aún ella, o cualquiera de ellas, de ellxs. ¡Quince alarmas antes de las 8:00! No. Definitivamente no.
Me aseguré de comentárselo. Realmente, tampoco pienso que ocurra tal flagelo. Sin embargo, creo que esta aciaga idea tiene una raíz más profunda, más colectiva y cotidiana. Es una parte normalizada del contexto, una forma más en medio de (no tan) nuevas formas de respirar y subsistir. Preocupante, sin duda. ¿Digno de mencionar? No sabría decirlo. ¿Importa? Ciertamente. Supongo.
Pat
16/08/2022 @ 08:04
Hernoso