“Estoy borracho les gritaba y soy buen gallo, cuando una bala atravesó su corazón”

Andrés se llamaba mi abuelo; dicen que era alto y tenía mal carácter. Mi abuela, también tiene la cualidad de enojarse ante cualquier pregunta. Es por eso que en casa nunca se habló de él y de nada que nos entregara alguna luz de su pasado. Yo creo conservar una foto en blanco y negro, de esas imágenes pequeñas, que uno guarda en billeteras. Ahí se ve o se veía o creí ver, a un hombre de unos 50 años, moreno, delgado, con la expresión con la cual se asiste a la misa del domingo. No es necesario ir a misa para saber de qué estoy hablando. 

La foto de mi abuelo es lo único que daba cuenta de su existencia en este mundo. Yo la había robado de algún cajón misterioso aunque no sé si uno pueda robarle a la familia. Digamos mejor que había tomado, sin permiso, parte de la herencia familiar. Pero, resulta que uno también pierde las billeteras, y el camino a la casa de la infancia se hace más difícil. Sobre todo, cuando ya no hablas con tu padre, ni con tu abuela, ni con tus tíos. Aunque, me parece, que comunicándonos, no nos decíamos nada que pudiera resultar interesante, significativo; como que también, voluntaria o involuntariamente, nos habíamos extraviado desde antes, desde un tiempo impreciso y remoto.  

Dicen, que ese hombre de la foto, tenía dos familias y muchos hijos. Quizás sea esa la razón por la cual mi abuela lo desterró de la memoria familiar, pero no pudo borrar los cuatro hombres que llevan sus rasgos y sus gestos. Ni a las personas que dicen encontrarlo en el camino que va de Cumileufu a Misión San Juan de la Costa. 

Primero, se ve un resplandor, luego se distingue el cansino trote del caballo y su jinete enmantado, de sombrero grande, negro. No da la cara, pero afirman, que es mi abuelo que viene desde el otro mundo cabalgando.

Extraviado igual que yo, monta un caballo azabache, busca el camino de regreso, se palpa las heridas, reitera los nombres de sus hijos, escupe sangre y tiñe de rojo la manta de castilla. De un balazo, dicen que lo mataron, pero no murió de inmediato, no alcanzó a verse en los ojos de sus amantes.  Alcanzó a montar en su caballo y agonizó pensando quizás en qué lejano incendio; cantando una ranchera, seguro que murió, cantando una ranchera.