Sobre “Quisiera que oyeran la canción que escucho cuando escribo esto”

El libro me llegó un día viernes. Pasó el fin de semana sin que lo haya tocado. Llegó el lunes y fue el momento indicado como rito de iniciación a la primavera del día y así poder leer en el patio acompañada del viento circular entre los rododendros, las azaleas, el notro, las hortensias y yo. 

Lo primero que me gustó de inmediato al comenzar a leer fue encontrarme con una narradora en primera persona: mujer, obvio. Hace un buen tiempo que vengo cultivando el espectro de referentes femeninos en mi biblioteca y no he parado desde entonces de solo leer a mujeres, porque ¿paridad de una vez por todas? Okei. Comienzo la lectura, y el relato de Manuela Espinal se inicia con un recuerdo, es decir con una narración anacrónica, en pasado, que construye la historia a través de este recurso narrativo, entregando en esta oportunidad la fuerza a la historia, porque es la ida al pasado y su prolongación entre recuerdos más viejos el hilo que conduce la historia de un núcleo familiar –solo de mujeres- que se liga a la música desde que la familia se hizo familia con el primer linaje que se juntó en los años sesenta. 

La tradición musical se entrega al lector desde el comienzo, pues el espacio físico donde ocurre la historia son en clubes en los cuales la mamá de la protagonista canta y busca el sueño de algún día poder tener fama y salir de Medellín. ¿Hacia dónde se pregunta la voz narrativa? Hacia Bogotá, Canadá, un norte sin norte que no tiene sur, que son todos los oestes y estes posibles. Huir, dejar atrás el pasado que es un presente continuo. El eterno retorno de no encontrar tierra ni colombiana ni caribeña ni latina que albergue el alma de una cantante sin fama. ¿Vivir de la música? La narración de manera delicada, con un lenguaje cotidiano, sin adornos, con referencias tanto a la cultura como música popular nos invita a experimentar si realmente se puede o no se puede vivir de la música. Fama, estrellato, luces, escenario, brillos, maquillajes, tacos, baile, son todos los elementos que la protagonista desdeña para su vida, pero que a la vez lleva en la sangre. El sueño. Una nueva vida. La música daría el sueño, encontraría la melodía en el modo de vivir de tres mujeres en vías de construirse en el detalle de: ¿cuál es el sentido del talento?. De ahí, que entre mi agüita de caléndula y las hormigas que suben y bajan, bajan y suben del pasto a las hojas del libro, me encuentro sumergida en el desglose –no habitual– de la genealogía familiar en torno al don, al ingenio del canto y la música. La música como arte de la expresión, el alma y el cuerpo, el sazón de la vida, el ritmo universal, la sinfonía perfecta, la voz estremecedora, la narración se mueve en un vaivén entre esos detalles del cotidiano como las clases de teatro a las que asisten todas (mamá e hijas) en Bogotá hasta el juego del viento en el balcón de la protagonista y su hermana en el departamento en El Salvador. En ese país de centro américa se produce un juego narrativo interesante con la realidad que la propia voz narrativa lo menciona: a ella y a su hermana les gusta inventar cosas y situaciones de Colombia, porque sus nuevos compañeros de colegio en El Salvador, no conocen nada sobre Colombia. Bueno sí, lo típico, la FARC, la coca, Pablito Escobar, etc., pero nada más. Entonces, entre lo real y maravilloso, entre las bananeras inexistentes y la travesía del núcleo familiar por brillar en otro país, la narradora juega con nosotros en un especie de entrenamiento vocal: de arriba abajo, de la nota más alta a la más baja, en un constante meneo por el ritmo de los recuerdos. 

Finalmente, el viaje de experimentación a través de la música nos hace volver a Medellín, el punto de inicio. El ciclo que termina y se inicia otra vez. El dote de la voz, el talento de la música, la herencia del espectáculo. Las imposiciones familiares, las exigencias de los padres, la expectativa, la explotación de la expectativa, la sobreventa de la habilidad, la dosificación en los hijos de la frustración de los padres, de tal palo tal astilla. El cansancio, el rechazo, la negación de un potencial, madre e hija se miran en complicidad mientras la protagonista escribe la metaficción que leemos. No sabemos si descartó la música y cantar, no sabemos si escribir será ahora su talento, pues al final, “cantar es un acto del pasado. Hablar también” .  

Por Valentina Bragado